
«Lo que una vez fue grande, ya se volvió pequeño». Y son versos de Czeslaw Milosz que se refieren, creo, a la vida. O al futuro. Y a pesar de que por la mañana hacía el sol de la fotografía, por la tarde empezó a llover tanto que, de vuelta a casa me pilló la lluvia y, para resguardarme, entré en una tienda de deporte. Hice tiempo entre zapatillas coloridas, esterillas antideslizantes, bastones plegables y pulsómetros. Le señalé al vendedor dos esterillas aparentemente iguales y le pregunté por qué una valía el doble que la otra: «Es que esta es ya para toda la vida». Me compré, sin duda, la que era para toda la vida, esa justificación para todo lo que es caro, y cuando dejó de llover volví a casa cargándola en una sofisticada bolsa que venía en el pack. Pensaba en la cantidad de veces que decimos eso, para toda la vida, en esa ilusión de que las cosas duren para siempre. Incluso más que nosotros.
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Me hizo gracia aquello que escribió un amigo en twitter esta semana: «Una cosa que siempre me pareció un poco antinatura es que mis padres sean más guapos que mi hermana y yo». Me reí para mis adentros. A mí me ocurría lo mismo, lo que pasa es que mi hermano era también más guapo que yo. Solo tres años tenía cuando el precioso querubín fue escogido para ser el niño Jesús del pesebre viviente del colegio. Yo llevaba años pidiendo salir y no me habían dado ni un mísero papel de pastor. Ya no digamos el del ángel o el de la propia virgen, que es el papel que sospecho que yo habría deseado de verdad. ¿Lo peor de todo? Mi hermano se negó rotundamente a ser el niño Jesús. Nos enteramos años después, cuando ya era irremediablemente tarde para que yo pudiera utilizar el parentesco que nos unía para chantajear a los profesores y decir que como mi hermano no quería, yo sería el niño Jesús, aunque tuviera 9 años. Total, tampoco era tan alta.
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Es una calle cerca de casa. Al lado de «create your future», hay otra puerta en la que se lee «Now is the moment». Muchos diréis que son frases de libro de autoayuda, pero a mí no me va nada mal darme un paseíto por la calle de vez en cuando. Porque además, a la vuelta de la esquina, hay otra puerta en la que se lee: «Attitude».